Desde hace una pila de años Málaga es parte de mi corazón, mucho antes de que empezara la locura turística hacia la ciudad que este verano ha aparecido en la prensa internacional (ej: https://www.theguardian.com/world/article/2024/jun/28/malaga-protest-mass-tourism-housing-spain) por las protestas que los ciudadanos están llevando a cabo contra el turismo masivo.
Se ha leído y escuchado de todo sobre el tema, como siempre palabras superficiales que toman en consideración un sólo punto de vista, el propio.
Tengo que reconocer, que desde hace ya algún tiempo he dejado de decir, por lo menos con la mayoría de los conocidos, lo mucho que amo Málaga. Estamos en una época en la que el pasa palabra se transforma en una verdadera odisea para llegar a un sitio, hacerse un selfie y postearlo en una de las muchas redes sociales con las que nos obsesionamos, sin ni siquiera mirar quien vive alrededor, que hay en estos lugares; sin respetar los horarios de descanso de los que allí viven y a menudo ni siquiera la propiedad privada (pienso en los famosos campos de flores de toda Italia que son constantemente tomado de asalto).
Se me plantea, entonces, un problema: ¿De verdad quiero que cierta gente vaya a visitar una ciudad que amo?
Para mí la respuesta es no. Pero no es un no que se diga con el “corazón ligero” ya que el deseo de compartir lo que nos hace felices es ancestral en el ser humano y aquí como, a menudo me pasa, me ayuda a demostrarlo mi querido Federico García Lorca "Cuando alguien va al teatro, a un concierto o a una fiesta de cualquier índole que sea, si la fiesta es de su agrado, recuerda inmediatamente y lamenta que las personas que él quiere no se encuentren allí. 'Lo que le gustaría esto a mi hermana, a mi padre', piensa, y no goza ya del espectáculo sino a través de una leve melancolía. Ésta es la melancolía que yo siento, no por la gente de mi casa, que sería pequeño y ruin, sino por todas las criaturas que por falta de medios y por desgracia suya no gozan del supremo bien de la belleza que es vida y es bondad y es serenidad y es pasión".
Sin embargo es un no necesario, porque justo ahora, en este tiempo en el que nos toca vivir, antes que multiplicar cultura o belleza necesitamos protegerla. Y aquí vuelvo a Málaga, tomándola como símbolo de cualquier otro lugar que corre peligro de extinción, y con Málaga pienso en su gente, en sus recuerdos, sus rinconcitos del alma, su alegría, sus ruidos, sus delitos, sus rencores, pienso en un corazón que late con su belleza y sus horrores, que tanto tiempo me ha hecho falta para descubrir y pienso en muchos otros detalles que van cambiando como los colores del atardecer sobre la playa.
Los lugares tienen su derecho a conservarse o a cambiar con el paso de un tiempo interno, con respeto, con comprensión, con la lenta monotonía que impone la brisa o con el cambalache violento de una borrasca. No necesitamos un cambio agresivo e impuesto de la economía, del paisaje, de la edilicia debido a gente que llega, toma lo que desea, se va y lo olvida. Gente que busca el lugar más económico donde comer y luego se queja de sus trabajadores, de los productos, gente que se hace la foto más obvia y se aburre pronto de lo que ha visto, que no recuerda lo que ve por como es en realidad, sino a través de su filtro de Instagram.
Lo siento mucho, lo siento para quien cree que soy elitista, pero para mi Málaga es una serie de detalles que saben a vida y no se merece este nuevo turismo de "usar y tirar" que es solo para el provecho de unos cuantos. Y no quiero decir que antes no existiera este tipo de turismo, pero ahora es masivo: olas de "saltamontes" que llegan, se hacen fotos, comen en sitios de los que no saben ni apreciar las diferencias, compran en cadenas, se hacen otro selfie y se van. Hacen ricos a los ricos, dejan iguales a los pobres y mueven la ciudad hacia una nueva forma, que no es su esencia.
Os lo ruego: que no vayáis a Málaga (ni a Sevilla, Córdoba, Barcelona, Florencia ecc… o al barrio de las flores en cualquier otro lugar del universo mundo). No hay nada que ver si no se va con la mirada de quien quiere observar y comprender, divertirse sin destruir, soñar con lo mucho que todavía se puede apreciar.
Las ciudades, los pueblos, los paisajes son como los libros, como los cuadros, como las personas, hay que tratarlos con respeto, mirarlos con cuidado, protegerlos con gusto y compartirlos con mucha precaución.
Ya que estamos, y hablo sobre todo por mis conciudadanos italianos, si podéis también dejar de "torturar" a la lengua castellana y simplemente estudiarla, ¡sería de gran alivio! (total no me van a leer 😉).
No sabría decirlo con palabras mejores. Gracias por compartir ♥️
¡Muy bien dicho, corazón! Y gracias por compartir <3